Continuamos hoy con esta serie sobre los Mandamientos de la Iglesia que comencé hace varias semanas. Hoy lo dedicaré al tercer mandamiento: “recibir el Sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua” (CIC 2042). Para propósitos relacionados con este mandamiento, la Pascua se entiende en los Estados Unidos que comienza el primer Domingo de Cuaresma y termina con el Domingo de la Santísima Trinidad.
Dado que reconoce que la Eucaristía es la fuente y cumbre de la vida divina, la Iglesia obliga a todos y cada uno de sus miembros a recibir la Santa Comunión al menos una vez al año, por su propio bienestar y beneficio espiritual.
Recuerden que los mandamientos de la Iglesia nos brindan el requisito “mínimo indispensable” para la salud espiritual básica y para el crecimiento en el amor a Dios y al prójimo. Lo mismo que con nuestra vida física, en nuestra vida espiritual también necesitamos nutrirnos si queremos florecer y crecer. Necesitamos la gracia que nos brinda la Eucaristía si queremos crecer y desarrollarnos como discípulos de Jesús.
Podría parecer que este mandamiento se refiere a lo obvio. La mayoría de los católicos no necesitan un mandamiento que les recuerde que deben recibir la Santa Comunión al menos una vez al año. Pero no siempre ha sido así. En generaciones pasadas, había momentos con largas filas para confesarse, pero filas muy cortas para recibir la Santa Comunión.
Un fuerte sentido de falta de dignidad ante la majestad de Dios mantenía a muchos católicos alejados de recibir la Santa Comunión con frecuencia. ¡Necesitamos el alimento espiritual de la Eucaristía para mantenernos saludables! Debemos tener, por un lado, un balance apropiado entre un sentido exagerado de indignidad y culpa, y una presunción ingenua de la misericordia de Dios por el otro. Necesitamos recibir la Eucaristía, pero debemos disponernos para recibirla de manera apropiada.
Paradójicamente, la situación parece haberse invertido. Por una motivación constante de recibir la Santa Comunión con frecuencia, más y más personas la reciben ahora con regularidad. Es incluso raro ver a alguien asistiendo a Misa y no recibir la Santa Comunión.
Desafortunadamente cada vez son menos las personas que valoran la importancia de recibir el Sacramento de la Penitencia. La observancia de estos dos sacramentos debería ir de la mano. La recepción devota del Sacramento de la Reconciliación nos ayuda a tener una recepción fructífera de la Santa Comunión. Un examen de consciencia regular y la confesión de nuestros pecados nos ayuda a mantener vivo en nuestros corazones un sentido de indignidad saludable, así como una apreciación por el inmerecido don de la misericordia de Dios.
El Sacramento de la Penitencia promueve la virtud de la humildad y el arrepentimiento sin el cual no deberíamos nunca acercarnos a recibir el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Hoy en día, una de las tentaciones y daño espiritual más grande es acercarnos a recibir la Santa Comunión de manera indigna, es decir, en pecado mortal, lo cual sería además un pecado de sacrilegio.
Hay otras cosas que podemos y debemos hacer para asegurarnos de mantener la Eucaristía en el centro de nuestras vidas y que nuestra devoción eucarística se mantenga firme:
Algunas son:
n Podemos ayunar. La obligación del ayuno eucarístico por una hora antes de recibir la Comunión es un recordatorio pequeño, pero importante, de que debemos prepararnos apropiada e intencionalmente para este encuentro con Cristo en la Santa Comunión;
n Podemos pasar tiempo en adoración eucarística. La adoración eucarística, o pasar tiempo en oración ante Cristo sacramentado y presente en el tabernáculo o en la custodia, agranda en nosotros el hambre profunda y la disposición correcta para encontrarnos con Cristo en la Santa Comunión;
n Podemos pasar tiempo en oración en silencio. Prepararnos en oración y en silencio antes de la Misa nos ayuda a estar atentos y crear el espacio interior necesario para darle la bienvenida a Cristo, que viene a nosotros en palabra y sacramento;
n Podemos vestirnos de manera adecuada para la ocasión. La manera como nos vestimos, con respeto y modestia, nos ayuda (así como ayuda a los demás) a reconocer la presencia de Cristo en medio de nosotros y en la liturgia y los sacramentos que celebramos.
El segundo y tercer mandamiento de la Iglesia, que se refiere a la recepción del Sacramento de la Penitencia y de la Santa Comunión, nos ofrecen la base necesaria para crecer en santidad, enraizados en los sacramentos que Cristo nos ha dejado como memorial de su amor.
Quiero también reconocer la situación de aquellos católicos que, debido a varias circunstancias, tales como un matrimonio irregular, no pueden recibir el Sacramento de la Eucaristía o la Reconciliación. La Iglesia y nuestros pastores seguimos siendo muy sensibles a esta difícil situación pastoral y nos preocupa profundamente el bienestar de estos miembros del Cuerpo de Cristo. Aun cuando estas personas no puedan cumplir con estos dos mandamientos, es vitalmente importante que sigan participando de manera regular en la Misa y participen activamente en la vida de su parroquia.
La Iglesia recomienda la práctica piadosa de hacer una comunión espiritual cuando no sea posible recibir la Santa Comunión sacramentalmente. Nos familiarizamos con esta practica al inicio de la pandemia cuando las misas publicas fueron suspendidas temporalmente y no podíamos recibir la Eucaristía de manera sacramental. La comunión espiritual involucra el expresar nuestra fe, esperanza y amor por Cristo, e invitarlo a nuestros corazones, mientras pedimos la gracia para poder recibirlo totalmente en el Sacramento de la Eucaristía en un futuro cercano. Para aquellos que no pueden recibir a Cristo sacramentalmente, esta práctica pueden ser una fuente de gracia y consolación.