Estoy escribiendo esta columna el lunes 2 de noviembre (Día de los Fieles Difuntos), el día antes de las elecciones. Mucha gente está llamando a esta elección una de las más trascendentes en la historia reciente, dadas las muy diferentes visiones de los Estados Unidos, siendo expuestas por los candidatos y los principales partidos políticos. El día de las elecciones habrá quedado atrás para cuando esto aparezca en el Sooner Catholic. Ojalá el resultado de las grandes carreras esté claro para entonces.
Si los eventos inquietantes del 2020 son predictivos, lamentablemente podemos esperar que, sin importar quién gane la disputada carrera presidencial, habrá una continuación de las protestas masivas que han sido tan características de este año pandémico. Dios no permita que cualquier frustración por los resultados resulte en violencia.
Como católicos, nos tomamos muy en serio nuestras responsabilidades cívicas. Votar es un derecho precioso. Reconocemos que un elemento importante en el ejercicio responsable de ese derecho es estar seguros de que no compartimentamos nuestra fe colocándola en una caja y dejándola fuera de la cabina de votación.
Más bien, para convertirnos verdaderamente en luz para el mundo y sal para la tierra, debemos procurar ejercitar nuestra fe y nuestra responsabilidad cívica de manera que den testimonio público de la visión de la dignidad humana, el destino humano, una sociedad justa y el florecimiento humano que nuestra fe ofrece arraigada en la revelación que hemos recibido en Jesucristo, el Salvador del mundo.
En una sociedad cada vez más secular y caracterizada por la incredulidad, incluso los creyentes corren el riesgo de caer bajo la influencia de un ateísmo “práctico”. Históricamente, los estadounidenses han sido un pueblo religioso. Si bien muchos estadounidenses ya no van a la iglesia con la misma frecuencia que era común hace una o dos generaciones, un número creciente de aquellos que se consideran cristianos que van a la iglesia e incluso católicos, hoy consideran la fe y la religión como un asunto estrictamente privado.
El ateísmo práctico no niega la existencia de Dios. Simplemente actúa como si Dios no existiera. Excluye la fe de la vida pública, considerándola solo algo de lo que deben ocuparse los creyentes individuales en sus asuntos privados.
Con demasiada frecuencia hoy en día, el cristianismo es apreciado como poco más que un conjunto de reglas y rituales a seguir, o una organización a la que pertenecer, o un conjunto de declaraciones doctrinales a las que aceptamos. Esa es una caricatura de una fe cristiana verdaderamente sólida. La fe cristiana, arraigada en un encuentro salvador con la persona de Jesús y animada por su Espíritu que habita en nosotros, permite a los cristianos no solo ver algunas cosas de manera diferente, ¡sino ver todo de manera diferente! Es ver con nuevos ojos. Cuando falta esa visión cristiana general, otras cosas toman su lugar.
Dada la intensidad del discurso político que hemos presenciado recientemente, está claro que la política se ha convertido en una de esas cosas. El fervor político ha adquirido una intensidad cuasi-religiosa. Se ha convertido en una fuente de división y discordia. Las decisiones políticas son consecuentes. Pero, al final, no pueden dar cuenta de todo. Ya tenemos un Salvador.
Casi la mitad de nuestro país va a estar decepcionado con el resultado de estas elecciones. Oremos para que nuestra nación se vuelva nuevamente a Jesucristo y, ayudada por la intercesión de la Santísima Virgen María, encuentre la curación y la reconciliación para vendar las heridas sufridas durante este momento difícil. Que Dios bendiga a Estados Unidos de América.