Al comenzar el año, es imposible predecir las noticias e historias que impactarán y darán forma a nuestras vidas en el 2022. ¿Cuáles serán los eventos que afecten nuestras familias, la Iglesia, nuestra nación o el mundo? ¿Qué situaciones desafiarán o quizá renovarán nuestra fe?
¿Seguirán los eventos del 2021 impactando nuestras vidas cuando termine este año? Probablemente así será. Hemos sido testigos de cómo de manera inesperada llegó el COVID-19 a nuestras vidas en el 2020 y sigue con nosotros aun, con efectos y consecuencias devastadoras.
Hemos sido sorprendidos, quizá, por cómo, más allá de sus impactos en la salud, ha sacado a la luz conflictos sociales, políticos y económicos latentes que no eran reconocidos y seguían no resueltos por un largo tiempo. Seguimos experimentando los frutos amargos de las injusticias raciales y la intolerancia religiosa, la cual aparece de manera violenta alrededor del mundo e incluso cerca de nuestros propios hogares.
Hemos visto cómo la migración masiva de personas, con frecuencia como resultado de la hambruna, la guerra o presiones económicas, trae consigo cambios en la complexión y entramado social de naciones y culturas, incluyendo la nuestra. La degradación ambiental y su impacto en el clima y los pobres está sin duda despertando la conciencia de muchos alrededor del mundo, especialmente entre lo más jóvenes. ¿Qué nos traerá este año?
Una de las historias que sin duda traerá consigo consecuencias significativas este año, será la decisión de la Suprema Corte de Justicia sobre el caso Dobbs contra Jackson Women’s Health Organization que esperamos se discuta en la primavera. Es un caso que ha despertado la energía de defensores de la vida como no lo había hecho ningún otro caso de la Suprema Corte en los últimos 49 años. Si se aprueba, el caso Dobbs permitiría a los estados imponer limitaciones estrictas sobre el aborto, o incluso hasta tambalear su aprobación como ley federal.
Desde su aprobación en 1973, la decisión de Roe contra Wade ha hecho que el aborto en los Estados Unidos sea legal casi hasta el momento del nacimiento, con muy pocas limitaciones. En términos de la pérdida de vidas solamente, las consecuencias de Roe contra Wade han sido devastadoras. Más de 60 millones de niños han sido asesinados a través de abortos quirúrgicos en los Estados Unidos, y un número desconocido ha sido abortado por medio de procesos farmacéuticos.
¡Qué nivel de pobreza tan inimaginable de la familia humana al haber perdido tantas vidas humanas y tanto potencial humano! En adición a ello, el impacto emocional y espiritual en las mujeres y familias afectadas por el aborto no podrá ser nunca calculado. El aborto es siempre una tragedia, tanto para el bebé como para la madre. Tenemos la obligación de apoyar y acompañar a ambos.
Aun cuando el aborto ciertamente no es el único asunto de defensa de la vida del cual preocuparnos, continúa siendo el tema pre-eminente de derechos humanos y justicia social para los católicos. Es un asalto enorme a la dignidad humana porque ataca al más inocente y vulnerable de todos nosotros. Sin el derecho a la vida, todos los demás derechos son castillos de arena.
Es momento de orar ardientemente por nuestros magistrados de la Suprema Corte, y por cada uno de nosotros, para que renovemos nuestro compromiso por la protección y promoción de toda vida humana, desde la concepción hasta su muerte natural; por las madres y sus hijos, por las familias, por los condenados y encarcelados, las víctimas de tráfico, los ancianos y abandonados.
En medio de la incertidumbre y la confusión en que vivimos al principio de este año, debemos recordar que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Hb 13,8). Es el Señor de la historia. Y no está lejos de nuestros sufrimientos, esperanzas y aspiraciones.
El tiempo de Navidad que acabamos de terminar proclama que Dios está con nosotros. La Palabra se hizo carne para habitar en medio de nosotros. Por su misión salvadora, Jesús, la imagen invisible de Dios, vino a reconciliarnos unos con otros y con el Padre. Lo hizo ofreciendo su propia vida por nosotros, conquistando la muerte y resucitando victorioso por encima del pecado y sus consecuencias. Envió su Espíritu Santo para continuar su misión salvífica en el mundo a través de la Iglesia. Él es el Señor de la vida.