A medida que la Iglesia comienza la Semana Santa y celebra otro Triduo Pascual, es posible que nos estemos preguntando qué significa realmente la Pascua para nosotros. Hemos pasado por mucho este año. Ha sido un año de pandemia, malestar y agitación. La muerte ha proyectado su sombra sobre nosotros de formas inesperadas. ¿Puede aún la fe sostenernos, incluso frente a tales desafíos?
“¿Por qué buscán entre los muertos al que vive? Él no está aquí. Resucitó” (Lc. 24: 6). Esta sorprendente noticia anunciada por los ángeles a María Magdalena en la tumba en la mañana de Pascua, y proclamada por los Apóstoles e innumerables testigos a lo largo de los siglos, resume el corazón de la fe cristiana. "¡Cristo ha resucitado! ¡Realmente ha resucitado!” La muerte ha sido vencida.
Sin embargo, para vivir esta alarmante proclamación como Buena Nueva, debe significar algo para nosotros personalmente. La proclamación de la Pascua no es meramente información sobre el destino de Jesús. Una conclusión o abstracción ética no puede salvarnos. Solo el encuentro con la persona de Jesucristo tiene poder para salvar. Sí, el Padre verdaderamente ha exaltado a Jesús al levantarlo mediante el poder del Espíritu Santo. Pero, ¿qué significa eso para nosotros?
Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre, sufrió, murió y resucitó precisamente “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, como decimos en el Credo de Nicea en la Misa. Dio su vida por nosotros, para revelar el amor del Padre por nosotros. Debido a que Jesucristo ha vencido la muerte en nuestra carne humana, tenemos la esperanza de compartir su victoria a través de la fe. El bautismo nos da una participación en su nueva vida. Ya estamos viviendo esa nueva vida de gracia que llegará a su perfección en la gloria del cielo y en la compañía de los santos. Mientras que en la Pascua se celebra la victoria de la vida, también esto es verdaderamente el cumpleaños de la esperanza.
Desde que el pecado entró en el mundo, la humanidad ha estado atrapada en una espiral de desesperanza. La muerte acabó por consumir todas las esperanzas y los sueños. Pero Cristo ha traspasado el velo oscuro de la muerte y la desesperanza. Después de todo, la muerte no tiene la última palabra.
La vida no terminará para nosotros en el vacío. Jesucristo conquista la muerte. Él reina victorioso y esperamos reinar con él. ¡Ahora, en efecto, esta es una buena noticia! El encuentro con Jesús resucitado da a la vida un nuevo horizonte y nos ofrece una esperanza inquebrantable.
Una persona que está perdiendo la esperanza siente que la vida se desvanece. Quizás tú o yo hemos sido esa persona en algún momento. La esperanza siempre es reconstituyente. Si una persona enferma o desanimada descubre alguna esperanza, por pequeña que sea, descubre una nueva vitalidad. No importa cuántas veces una persona lo haya intentado y fallado, la esperanza le da a esa persona el valor para volver a intentarlo.
Incluso si nada parece haber cambiado, cuando la esperanza florece en un corazón humano, en un matrimonio o en una familia, todo parece nuevo. La vida se renueva. La esperanza es la fuente de esta nueva vida y energía. Vigoriza la fe y estimula el amor.
La virtud teológica de la esperanza tiene por objeto la posesión plena de la vida nueva y eterna en Cristo. Jesucristo es nuestra esperanza. En última instancia, nuestra esperanza espera la resurrección de la muerte en el último día, pero nuestra esperanza más inmediata es renovada y sostenida por la experiencia de la resurrección espiritual en pequeñas victorias sobre el pecado, el desánimo y el miedo en nuestra vida diaria.
Nuestra misión es dar testimonio de esperanza en el mundo. Tenemos un hermoso gesto litúrgico durante la Vigilia Pascual que nos lo recuerda. Al pasarnos una pequeña llama e iluminar la iglesia oscurecida con la luz del cirio Pascual, reconocemos que nuestro llamado es llevar a Cristo, la luz y la esperanza del mundo, a los lugares oscuros y a los corazones desesperados que aún esperan el mensaje de Cristo de liberación. ¡Cristo es nuestra esperanza! Esto es lo que significa Pascua.