Mientras que el Evangelio de Juan comparte la promesa de la Eucaristía y su conexión con el servicio y el amor, los otros tres evangelios nos traen las sagradas palabras de institución de la Eucaristía. Las palabras de Cristo en la Última Cena sobre el pan y el vino, palabras que cada sacerdote recita claramente en la consagración “
in persona Christi” (una frase latina que significa en la persona de Cristo), son palabras que Jesús nos habla con poder transformador.
La realidad de Jesús viviendo dentro de nosotros, ver Gálatas 2:20, se manifiesta de manera especial en la Misa en la persona del sacerdote. Con toda sinceridad, cuando miramos al altar en la Misa, es Jesús quien preside y nos guía en la oración. Es Jesús quien, por medio del sacerdote, consagra el pan y el vino. Es Jesús quien habla a la Iglesia. Es Jesús, pronunciando sus propias palabras de la Última Cena, quien manifiesta su poder para cambiar el pan y el vino en su propio cuerpo, sangre, alma y divinidad.
El papa emérito Benedicto XV escribió un maravilloso libro titulado “El espíritu de la liturgia” y en él nos recuerda un detalle importante sobre el sacerdote en la Misa. “No es él mismo quien es importante, sino Cristo. No es él el que importa, sino Cristo. No es el mismo el que se comunica a los hombres, sino que ha de comunicarlo a Él. Se convierte en instrumento de Cristo, no actúa por sí mismo, sino como el mensajero, como presencia de otro,
in persona Christi, como dice la tradición litúrgica”.
Además, estas sagradas palabras de la consagración que nos dio Jesús, que aparecen en tres evangelios, también aparecen en la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, 11: 23-25, escrita casi un cuarto de siglo después de que se pronunciaron por primera vez. Aquí están:
“Yo he recibido del Señor lo que a mi vez les he transmitido. El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.’ De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.’”
San Pablo recibió del Señor esas palabras divinas que están tan llenas de poder y fuerza que cuando un sacerdote las pronuncia “in persona Christi” en la Misa, tienen el poder de crear una nueva realidad. Estas palabras transforman el pan y el vino en la verdadera presencia de amor y vida de Jesucristo resucitado en su cuerpo y sangre, alma y divinidad. Estas palabras que San Pablo recibió del Señor ahora también nos las entrega a nosotros y a todas las generaciones futuras de creyentes. Una tradición sagrada guiada por Dios mismo a través de su Santa Iglesia a lo largo de los siglos, hasta nuestros días y por muchos siglos más.
San Pablo claramente creía en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Tanto es así que para Pablo faltarle el respeto a la Eucaristía era el equivalente del juicio y la propia condena. Es importante tener en cuenta que nadie es condenado por faltarle el respeto a un mero símbolo. El juicio y la condena eterna están reservados para aquellos que a sabiendas y libremente le faltan el respeto a Dios mismo y cierran sus vidas a su presencia, vida y amor. Aquí está la cita a la que me refiero, 1 Corintios 11: 27-32...
“Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor. Cada uno, pues, examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa. El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo. Y por esta razón varios de ustedes están enfermos y débiles y algunos han muerto. Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero si el Señor nos juzga, nos corrige, para que no seamos condenados con este mundo.”
Dios está presente de muchas maneras. Dios es omnipresente. Él está en todas partes siempre y no podemos escondernos de su amorosa presencia. Dios también está presente en cada alma que está en gracia, libre de pecado mortal. Este estado de gracia santificante nos bendice con la presencia de la Santísima Trinidad en nuestras almas. La tercera presencia verdadera y real de Dios es la Presencia Real de Dios en la Eucaristía. Podemos ver a través de los escritos divinamente inspirados de San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios y en otros lugares, que Cristo resucitado está verdaderamente vivo y presente en la Eucaristía.
Los invito a visitar el sagrario después de Misa y agradecerle al Señor por su amorosa presencia. “Jesús, gracias por este maravilloso regalo de tu Presencia Real aquí en la Eucaristía. Gracias por quedarte con nosotros, amarnos y perdonarnos. Que cada vez que te reciba Señor en la Eucaristía sea un momento de verdaderamente reconocer tu presencia real y divina. Amén.”