Cristo en los Sacramentos de la Curación
Por Pedro A. Moreno, O.P.
Secretariado de Evangelización y Catequesis
Todos y cada uno de los seres humanos es una verdadera belleza desde el momento de la concepción. Somos bellos simplemente porque todos somos la imagen y semejanza de nuestro Dios amoroso y eterno, y Dios no es feo. ¡Dios es la mayor belleza!
Si bien nuestro ADN espiritual nos ha dejado algunas manchas y arrugas, el amor de Cristo nos ha regresado a un estado casi perfecto a través del bautismo. Efesios 5, 25-27, nos recuerda que,
“…Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Y después de bañarla en el agua y la Palabra para purificarla, la hizo santa, pues quería darse a sí mismo una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada.”
Después de nuestro Bautismo estamos casi totalmente de regreso a nuestra belleza original y más auténtica, como Dios quiso, con la nueva vida de Cristo, el Amor y la Belleza hecha carne. Todos somos la unión de un cuerpo y alma, esto es lo que somos ahora y lo que finalmente seremos en la eternidad. Pero, como todos sabemos, mientras estamos aquí en la tierra estamos sujetos al sufrimiento, la enfermedad y la muerte, tanto física como espiritualmente. La vida de Cristo puede debilitarse e incluso perderse por nuestro rechazo del amor de Dios, también conocido como pecado.
Solo el pecado puede ensuciar o destruir totalmente nuestra belleza original y más auténtica. Solo nuestra opción libre y con conocimiento de rechazar el amor de Dios y sus leyes, solo el pecado, puede transformarnos en imagen y semejanza del egoísmo, del odio y la indiferencia. Solo el pecado puede debilitar o destruir nuestra relación íntima y amorosa con Cristo y llevarnos por un camino de convertirnos en peso muerto dentro del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. El pecado no es sano y es feo, el pecado mortal es muerte. El pecado hace feo todo lo que toca. El pecado finalmente trae tristeza y rompe todas las relaciones. El pecado conduce a la soledad.
Pero no debemos perder la esperanza. Cristo nos ha dejado formas de sanar nuestra fealdad, tristeza y soledad. Jesús puede ayudarnos a recuperar nuestra relación amorosa con él. Jesús puede devolvernos la vida y la alegría. Nuestro Cristo misericordioso y amoroso le ha regalado a su Iglesia los Sacramentos de Curación.
¡El Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 1421, nos recuerda que Cristo es el Gran Cirujano que nos puede hacer hermosos otra vez! ¡Jesús puede curar nuestra fealdad! ¡Jesús puede recuperar nuestra belleza original y más auténtica!
“El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo, quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos.”
En nuestro momento más débil o feo de nuestra existencia podemos acudir al Gran Sanador, el que nos cura de todos nuestros males. Nuestra mejor opción, independientemente de nuestra salud física, siempre será proyectar al mundo nuestro mejor yo, nuestra mejor imagen, la de ser la imagen y la semejanza de un Dios hermoso y amoroso. Justo como lo hizo Jesús, incluso mientras agonizaba en la cruz.
Gracias, Jesús, por estos maravillosos Sacramentos de Curación que nos ayudan a recuperar la vida y nos regresan a los caminos de la alegría y la comunidad. Gracias, Señor, por asegurarnos formas de recuperar tu amor y nuestra belleza original y más auténtica.