“Dios de misericordia infinita, que reanimas, con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo a ti consagrado, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendan mejor qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha hecho renacer y qué sangre nos ha redimido.” Oración Colecta del Segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia
A lo largo del tiempo de Pascua, los nuevos miembros de la Iglesia siguen reflexionando sobre el significado de la experiencia que vivieron en la Vigilia Pascual, donde fueron introducidos al misterio de Cristo y su Iglesia a través del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Las oraciones de la liturgia de la Iglesia durante el tiempo de Pascua expresan nuestra alabanza y gratitud por la nueva vida y la redención que hemos celebrado durante el Triduo Pascual y que renovamos constantemente en los sacramentos.
“Mira que voy a hacer nuevas todas las cosas.” (Ap 21,5) Durante el tiempo de Pascua celebramos la nueva vida, la nueva alianza y la nueva ley del amor que hemos recibido por la muerte y resurrección de Cristo y la efusión del Espíritu Santo en nuestros corazones. ¡Somos una nueva creación!
“Sin embargo,” nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, “la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado” (CIC 1426). Llevamos el tesoro de la vida divina en vasijas terrenas.
“No piensen que la renovación de la vida que nos fue entregada al principio es suficiente; la misma renovación debe ser renovada”. Estas palabras del antiguo escritor cristiano Orígenes, nos recuerdan que la lucha por convertirnos del pecado es una tarea que nos acompaña toda la vida.
Por fidelidad al Evangelio, la gracia nos conduce al Bautismo, el lugar principal de la primera y más fundamental de las conversiones en la vida. En el Bautismo renunciamos al mal y conseguimos la salvación por el perdón de los pecados y el don de la vida nueva en el Espíritu. Pero el llamado de Cristo a la conversión continúa resonando de manera insistente en el corazón de los cristianos a lo largo de nuestras vidas. La llamada segunda conversión es una tarea ininterrumpida de toda la Iglesia, la cual, aun siendo santa, necesita siempre de purificación en su recorrido de penitencia y renovación.
Para los cristianos, el pecado continúa siendo una posibilidad aun después del Bautismo. La conversión continua es una necesidad. Pero la conversión no es necesariamente una tarea nuestra. Es Dios quien, por su gracia, nos llama al arrepentimiento y nos ofrece su misericordia.
Jesucristo le ha confiado a la Iglesia el ministerio de reconciliar a los pecadores arrepentidos. El día de la Resurrección, Jesús se apareció a los apóstoles y les dijo, “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos." (Jn 20,23)
La Iglesia cumple con este mandato de sanación, perdón y reconciliación de los pecadores a través del Sacramento de la Penitencia. Como médico divino, Cristo actúa por medio de los ministros ordenados para ofrecer su misericordia, sanar las heridas del pecado y restaurar la comunión con Dios, con la Iglesia y los unos con los otros que ha sido dañada o incluso destruida por el pecado.
El Sacramento de la Penitencia (Reconciliación) es un don precioso que Cristo ha confiado a la Iglesia. Al celebrar el Domingo de la Divina Misericordia, la Iglesia nos invita a renovar nuestra experiencia de este indispensable sacramento de misericordia.
La celebración comunitaria del Sacramento de la Penitencia en la que muchos participan durante el Adviento y la Cuaresma, aun cuando es de mucho beneficio, no agota nuestra necesidad de recibir este sacramento de misericordia, ni los beneficios espirituales que nos ofrece. Si estamos luchando por vencer el pecado o buscamos de manera devota la santidad y la plenitud de la vida cristiana, debemos usar todos los medios que Dios pone a nuestra disposición para asistirnos, incluyendo este sacramento.
Mientras más abrimos nuestros corazones a la Misericordia Divina por medio nuestro encuentro con Jesucristo en este sacramento, más sensibles nos volvemos a su presencia en nuestras vidas; más nos convertimos en instrumentos de su misericordia en el mundo.
Solo la experiencia de la misericordia de Dios nos revela verdaderamente el misterio del pecado tal y como es: no solamente el rompimiento de un precepto externo, sino la ruptura de una relación personal con un Dios que nos ama más allá de lo que podemos imaginar, aun cuando le damos la espalda. ¡Aun cuando nos cansemos de pedir perdón, Dios nunca se cansa de perdonarnos!