“¡El mundo es transformado por la grandeza de Dios!” Estas palabras del poeta inglés Gerard Manley Hopkins encuentran eco en nuestros corazones cada vez que experimentamos momentos de trascendencia y asombro ante las maravillas de la creación de Dios. Ya sea un momento inspirado por la magnificente caída del sol en Oklahoma o por un paisaje dorado de trémulos álamos en Colorado. En el Credo Niceno profesamos nuestra fe en Dios, “creador de todo lo visible y lo invisible”.
Para todos aquellos que tienen ojos para ver, el mundo visible nos apunta a algo más allá de sí mismo. Nos apunta a Dios y nos manifiesta su belleza, su verdad y su bondad. Dios se revela a sí mismo primeramente a través de su creación. A través del misterio de la encarnación, Dios entró a nuestro mundo para redimirlo de la corrupción del pecado y de la muerte. Pero ¿qué sucede con las cosas invisibles? Hay muchos que se niegan a aceptar que existe algo más allá de lo que pueden ver, tocar, saborear o medir. ¡Pobre de la persona cuyo rango de experiencia ha sido severamente restringido a solo el mundo material!
La liturgia de la Iglesia y los sacramentos nos recuerdan que existe algo más a nuestro alrededor que lo que simplemente pueden ver nuestros ojos. La fe expande nuestros horizontes por encima del mundo visible. Nuestra fe celebra lo invisible también, el mundo sobrenatural. A través de la liturgia y los sacramentos nos introducimos al mundo que existe más allá del tiempo y del espacio, más allá de lo que nuestros sentidos pueden percibir.
Al tiempo de la publicación de esta edición del periódico Sooner Catholic, la liturgia estará celebrando dos fiestas que nos recuerdan esta enseñanza de nuestra fe. El 29 de septiembre celebramos la fiesta de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. El 2 de octubre observamos la memoria de los Ángeles Guardianes.
Los ángeles son seres espirituales, creados por Dios para servirle y hacer su voluntad. Son sus sirvientes y los nuestros. Una enseñanza hermosa de nuestra fe, y que es signo del amor de Dios por nosotros, es la presencia de los Ángeles Guardianes. Dios ha creado y nos ha asignado a cada uno de nosotros un ángel para acompañarnos, guiarnos y protegernos. Su misión es asistirnos en la jornada de nuestra vida y en las batallas espirituales y peligros que son parte de esa jornada. Su misión es llevarnos al cielo.
Una de las primeras oraciones que recuerdo haber aprendido de mis padres fue la oración al Ángel de la Guarda. A decir verdad, creo que la abandoné por un tiempo, pensando que era infantil. Afortunadamente, superé la sofisticación de mi adolescencia y aprendí a reconocer y apreciar la valiosa compañía que mi Ángel de la Guarda me ha brindado a lo largo de mi peregrinar por la vida. Es un antídoto importante contra el materialismo de nuestra era, al tiempo que intentamos recobrar una visión sobrenatural que honra el hecho de que Dios ha creado todas las cosas “visibles e invisibles”. Los invito a que recen a su compañero invisible, a su Ángel de la Guarda, que es un regalo de Dios para cada uno.
Ángel de mi Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo, que me perdería. Amén.