Hace exactamente un año se identificaba el primer caso confirmado de COVID-19 en Oklahoma. ¿Quién se iba a imaginar en ese momento el impacto o los cambios que traería consigo? Desde ese día de marzo, han habido mas de 425,000 contagios y más de 7,200 muertes en el estado. Con más de 520,000 muertes a nivel nacional. A todos nos ha tocado.
Esta mañana celebré el funeral de un feligrés que murió mucho antes de lo que debía haber muerto, dejando atrás a una familia joven sufriendo y una vida interrumpida. Y este es solo un caso en medio de muchos.
Hace un año también, habían muchos escépticos que afirmaban que el COVID no representaba la amenaza que decían los medios de comunicación y que no era más que otro tipo de virus de la influenza estacional. Desde entonces, hemos aprendido mucho sobre esta enfermedad. Hemos visto lo impredecible que puede ser. Hemos experimentado sus efectos devastadores en todos los aspectos de nuestras vidas, incluyendo nuestras escuelas, nuestros trabajos, nuestra capacidad de socializar y de rendir culto. Hemos aprendido a vivir con él y a mitigar sus efectos al tiempo que reducimos el número de contagios.
Hoy, parece que al fin estamos saliendo de esta terrible enfermedad. Debido en gran parte al desarrollo de vacunas seguras y efectivas, por primera vez en mucho tiempo podemos decir que hay esperanza en el horizonte. Tenemos actualmente tres vacunas aprobadas para su uso en los Estados Unidos y los esfuerzos masivos de distribución la están haciendo llegar a más y más personas cada día.
Sin embargo, una de las amenazas a los esfuerzos de distribución que buscan alcanzar la inmunidad colectiva, es la mala información y el miedo que circula sobre estas vacunas. Han sido declaradas seguras y efectivas. Sin embargo, ¿son éticas? Las consideraciones éticas siempre son importantes en el cuidado de la salud. ¿Cómo han sido desarrolladas y probadas estas vacunas?
Se complica. Desafortunadamente, todas las vacunas aprobadas hoy en día usaron en sus ensayos clínicos líneas celulares que se derivaron de tejido fetal abortado. Una de las tres, la vacuna de Johnson and Johnson, usó además líneas celulares procedentes de tejido de fetos abortados en el proceso de producción. ¿Significa esto que los católicos, y todo aquel que se oponga al aborto, deben evitar recibir estas vacunas?
Después de un análisis moral cuidadoso, el consenso de la Conferencia de Obispos de los Estados Unidos, el Vaticano y otras fuentes reconocidas, tales como el Centro Nacional Católico de Bioética, han concluido que el nivel de cooperación con el mal moral del aborto es tan remoto, que es moralmente permisible recibir estas vacunas.
Si tuviésemos la oportunidad de elegir cuál vacuna recibir, deberíamos elegir la que no tenga conexión con el aborto, o al menos la que tenga la menor conexión. En este caso, sería la vacuna de Pfizer o la de Moderna. Sin embargo, puede que no tengamos opción de elegir. Por lo tanto, y dada la gravedad de la crisis de salud actual, animo a todos los católicos a que reciban cualquier vacuna disponible tan pronto como sea posible.
Desde la perspectiva moral y ética, todos los que estamos recibiendo estas vacunas, tenemos el deber de expresar nuestras preocupaciones a las compañías farmacéuticas y exigirles que produzcan vacunas que no dependan de células o tejidos con alguna conexión al aborto. Oremos unos por otros y por el fin de esta pandemia mortal.
Encuentre cartas de muestra para enviar a las compañías farmacéuticas acerca del desarrollo y prueba de las vacunas en archokc.org/vaccineletters.