El domingo 28 de julio, fiesta del Beato Stanley Rother, tomé asiento con otros en la plaza frente a la iglesia de Santiago Apóstol en Santiago Atitlán (Guatemala). Estuvimos allí para escuchar un concierto. Los artistas del concierto eran los niños del Colegio Católico Padre Apla’s que querían expresar su gratitud a nuestro grupo de peregrinos de Oklahoma por el apoyo financiero que la arquidiócesis ofrece a su escuela, que es una parte integral de la parroquia y la comunidad.
Aunque ya no enviamos sacerdotes a Guatemala, seguimos brindando asistencia material cada año. La Iglesia en Oklahoma siempre compartirá un vínculo precioso con la Iglesia en Santiago Atitlán debido a nuestra historia compartida con la misión allí.
Escuchamos a niños hermosos, algunos con trajes tradicionales coloridos y otros con sus nuevos uniformes de banda, tocaron sus diversos instrumentos musicales acústicos, metales y tambores en una variedad de estilos. Los coros interpretaron canciones en honor al Beato Stanley, "Padre Apla’s". Este día que marcó la fiesta del Beato Stanley fue un día de alegría tangible y celebración colorida.
Mientras nos reuníamos en la plaza después de la hermosa Misa del día de fiesta, el sol brillaba y estábamos disfrutando de una agradable tarde soleada de 75 grados a lo largo de las hermosas orillas del lago volcánico Atitlán. Para mí, fue uno de esos días idílicos que invitó a la reflexión. Lo que me sorprendió esa tarde fue el contraste entre entonces y ahora.
Hace treinta y ocho años, a esa misma hora, la misma plaza era un lugar de angustia y dolor indescriptible cuando la gente se reunió al escuchar las noticias desgarradoras de que su amado pastor, el Padre Apla’s, había sido asesinado durante la noche por asaltantes desconocidos en la rectoría.
Hoy, la sala donde fue martirizado se ha transformado en una hermosa capilla que conserva evidencia del acto violento que una vez ocurrió allí. El agujero de bala en el piso y las manchas de sangre en la pared contrastan con las flores y los artefactos siempre presentes que celebran la vida y la santidad del pastor que no huyo por su seguridad, sino que decidió quedarse con su rebaño hasta el final.
Dentro de la iglesia parroquial frente al altar donde el Cuerpo y la Sangre de Cristo se hacen presentes en cada Misa hay una reliquia de la sangre aún líquida que el Beato Stanley derramó ese día, hace 38 años. La sangre de los mártires es la semilla de los cristianos, como escribió Tertuliano en el siglo III. La verdad de esa declaración se verifica en la vitalidad de la parroquia de Santiago Apóstol hoy.
Aun así, a pesar de las apariencias en contrario, no todo es idílico en Santiago Atitlán. Aunque la guerra civil haya terminado hace mucho tiempo, la pobreza, el tráfico de drogas y la violencia de pandillas en todo Guatemala continúan afectando a miles de personas pobres, en su mayoría indígenas, de esta hermosa tierra y nación. Estas son las personas que por el miedo y la preocupación por la seguridad de sus familias emprenden el traicionero viaje hacia el norte.
Al igual que la guerra civil en Guatemala hace muchos años, el flujo actual de migrantes de Guatemala y otros países centroamericanos hoy es parte de una crisis humanitaria masiva. Podemos y debemos hacerlo mejor de lo que estamos haciendo para abordar las causas de esta desgarradora migración y aliviar el sufrimiento de aquellos que se están reuniendo y son detenidos en nuestra frontera del sur.
Estos son nuestros hermanos y hermanas. Todos podemos comenzar examinando nuestras propias actitudes y la retórica que usamos para discutir esta crisis. Debemos comenzar con un reconocimiento de nuestra humanidad compartida y la dignidad de estas personas que quieren las mismas cosas en la vida que todos nosotros. Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.
Beato Stanley Rother, ruega por nosotros.
El Arzobispo Coakley bendice a una joven después de la Misa en Cerro de Oro, Guatemala. Foto Sooner Catholic.