by Luis Soto, Subdirector Ejecutivo del Secretariado de Evangelización y Catequesis
“Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.” (Hch 2, 4-6)
Este evento marcará el nacimiento de la Iglesia Católica, el nacimiento de su identidad católica. Es el contexto diverso del nacimiento de la Iglesia el que nos revela no solamente su naturaleza católica y su misión universal, sino que también nos recuerda que el regalo del evangelio viene siempre envuelto en una cultura particular y en un lenguaje específico. No puede ser de otra manera, porque la fe se construye sobre la naturaleza.
Algo similar sucede con la Iglesia de los Estados Unidos hoy en día y, de manera específica, en la Arquidiócesis de Oklahoma City. La diversidad cultural que estábamos acostumbrados a ver en solamente algunas Iglesias y grandes áreas metropolitanas es ahora parte de todo ministerio, parroquia y movimiento. Más de 40 parroquias y misiones en la arquidiócesis ofrecen hoy misa en español. Algunas ofrecen también programas de educación religiosa en español. Por lo tanto, ¿qué sucede ahora cuando, como en Pentecostés, el mundo entero se aglomera a las puertas y quiere entrar?
Lo primero que debemos hacer es no asustarnos. ¡No es algo nuevo! En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se convoca al primer concilio de Jerusalén precisamente por un reto de integración (Hch 15, 5-35). Se tenían dudas relacionadas con la etnicidad y las prácticas religiosas. De manera específica, la Iglesia Católica en los Estados Unidos siempre ha sido tocada por diversas ondas migratorias, inicialmente de países europeos que se organizaron al llegar en parroquias nacionales. Esto les ayudó a conservar su etnicidad e identidad católica. Este tipo de catolicismo ha sido siempre parte de la Iglesia Católica en los Estados Unidos. De alguna manera lo que experimentamos ahora no es nuevo.
Sin embargo, cuando los descendientes de los primeros inmigrantes católicos europeos se asimilaron a la sociedad norteamericana, la aceptación de la Iglesia como “americana” creció. El concepto del “melting pot” (crisol de culturas) se hizo prevalente al tratarse de la diversidad cultural a lo largo y ancho de la Iglesia.
Después, los movimientos sociales de los 60’s y 70’s, así como la renovación religiosa del Concilio Vaticano II, nos llevaron a cambios significativos en la manera en que la Iglesia enfrentó la diversidad cultural y lingüística. A diferencia del modelo de aislamiento anterior, este buscaba promover y dar la bienvenida a la diversidad cultural. La diversidad se convirtió en una bendición que debía ser celebrada y no un problema que debía ser resuelto, al menos de manera ideal.
Bajo este modelo es que se establecieron las oficinas de ministerio hispano. Casi todas las diócesis de los Estados Unidos tienen hoy en día una oficina que se dedica al trabajo con la comunidad hispana-católica. Sin embargo, y aun a pesar de sus buenas intenciones, este modelo ha creado otros problemas. Primero que nada, se ha concentrado en los aspectos culturales externos y no ha reconocido que todo grupo tiene una cultura, incluyendo los europeos americanos. La cultura y la identidad cultural son, mayormente, una realidad interna que incluye valores, creencias y manera de pensar.
El ministerio hispano se ha aislado del resto de la Iglesia y ha considerado su identidad hispana como prevalente a su identidad católica. Por supuesto, este enfoque ha hecho que el ministerio con hispanos sea más fácil y eficiente, dado que solo se tiene que trabajar con un solo grupo étnico.
El modelo no ha promovido la colaboración entre los diversos grupos y nos ha dividido en muchos grupos dentro de una sola Iglesia. Muchos párrocos afirman que sienten que están a cargo de “dos parroquias (o más) bajo un solo techo”.
Y, más importante aun, la identidad católica como base común para todo ministerio, ha sido olvidada. Debemos trabajar en promover un nuevo pentecostés y evitar perpetuar un estado de “Babel”.
En cualquier caso, todo comienza con un encuentro profundo con Jesucristo vivo, quien es el mismo ayer, hoy y siempre. Y en todas las culturas.